La deficiente gestión del clima y del territorio

Lun, 25/11/2024 - 12:15
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25/11/2024
Puente de una carretera dañado por una riada

Manuel Villar Argaiz

España sigue conmocionada por el impacto de una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que ha provocado el desbordamiento torrencial de varios cauces en el Levante, causando centenares de fallecidos y pérdidas económicas incalculables incluyendo cultivos, decenas de miles de casas y más de 100.000 vehículos.

Este desastre ha puesto en entredicho la capacidad de los políticos de un país en el que, lejos de poner los pies sobre el barro, se culpan mutuamente por la falta de previsión y reacción. Mientras tanto, crece la indignación y desesperación de una ciudadanía que desconfía de lo público y promueve el lema de que “solo el pueblo salva al pueblo”. Frente al riesgo de que estas narrativas se impongan, el ciudadano común lamenta que la gestión y prevención de estos eventos extremos quede en manos de políticos que buscan protagonismo, en vez de permitir que los expertos asuman el control. 

Aún más preocupante es que, con el lodo todavía en las calles, las pocas voces que han intentado analizar las causas profundas y el trasfondo de esta tragedia, están siendo silenciadas o desacreditadas por una avalancha de bulos mediáticos, capitalizados por relatos de descrédito infundado y deliberado. La riada que provocó esta catástrofe fue ocasionada tanto por la fuerza del agua como por el barro arrastrado de suelos apelmazados, lo que contribuye a que las lluvias torrenciales desciendan con más fuerza, arrasando todo a su paso en su camino hacia el mar.

Estos eventos extremos, que han existido desde siempre, se expresan de forma cada vez más virulenta acrecentados por efecto del calentamiento que intensifica las lluvias torrenciales. Al caer sobre un territorio históricamente degradado y desprovisto en una buena parte de vegetación natural, el agua fluye por los cauces de ríos y ramblas descuidadas, desbordándose y extendiéndose finalmente sobre las llanuras de inundación que han sido ocupadas de forma imprudente por el ser humano.

A corto plazo, todos los esfuerzos y ayudas deben ir dirigidas a restituir los daños materiales y compensar las irreparables pérdidas humanas. Sin embargo, si no actuamos sobre la raíz del problema estos eventos devastadores volverán a repetirse en el futuro y, según los expertos, con más intensidad y poder devastador. A medio plazo, es fundamental invertir en infraestructura hidráulica y en sistemas de prevención de inundaciones, en una mayor y mejor coordinación entre administraciones, y en una apuesta firme por revertir la degradación del territorio a través de la reforestación de las cuencas y de los ríos antes de que alcancen zonas urbanas.

Tampoco ayuda que en las zonas costeras se haya edificado mucho y mal, por lo que se debe limitar la construcción en áreas de riesgo de inundación. A largo plazo, debemos comprometernos con políticas climáticas que mitiguen los imparables efectos del cambio climático. Se da la paradoja de que antes de la reciente cumbre del clima en Azerbaiyán, el Servicio de Cambio Climático de Copernicus de la Unión Europea advirtió que 2024 superará todos los récords de calor, traspasando el umbral de 1,5ºC establecido en el acuerdo de París en 2015, un límite crítico para la estabilidad del sistema Tierra.

El Mediterráneo es un punto caliente del cambio climático, el lugar con mayor aumento de temperatura después del Ártico. Sabemos que la mayor parte del calor generado por el efecto invernadero es absorbido por los mares y océanos. Pero también sabemos que, lo que el mar toma en forma de calor el mar lo devuelve en forma de mayor humedad a la atmósfera que se manifiesta en un aumento de la pluviosidad extrema.

Como reflejo de conflictos políticos, vivimos entre extremos climáticos de sequías y tormentas. Se trata de una realidad que choca de bruces con nuestras puertas y de la que no podemos escapar. Solo con políticas de prevención y mitigación agresivas podremos revertir esta situación. Es esencial controlar la emisión de gases de efecto invernadero, renaturalizar nuestro entorno, garantizar la integridad del suelo, eliminar asfalto y cemento, y recuperar ecosistemas en montañas, ríos y costas. Aunque se trata de una tarea costosa, lo sucedido es una llamada de atención del coste de la inacción, un precio demasiado elevado para un país que depende en gran medida de la agricultura y aspira a ser capital mundial del turismo.

Ver original publicado en El Independiente de Granada